28 de octubre de 2013

La Masa

Emerjo de las tinieblas subterráneas al compás de una rutina silenciosa que empuja mi cuerpo.
Verde. Todo es verde. Hasta que la luz del sol se hace a un lado para dejar de enceguecerme y me muestra una gran masa. Amorfa. Incolora. Insípida. Aburrida.
La masa se mueve curiosa en todas direcciones, parece que tiene personalidad. Escucha. Me habla. Creo divisar algunas formas en su interior, pero todo en ella es borroso. Sigo algo encandilado. Ahora vira del verde al rojo, pasando por amarillo y naranja. Confusa. Confundido retengo el aliento un instante. El aire de la mañana llena mis pulmones y camino con paso decidido.
El bullicio comienza a adquirir volumen a cada paso que doy. Cubro mis ojos con cristales del color del humo para evitar que el sol los dañe. No pierdo de vista mi objetivo, la meta de esta carrera. ¿La carrera contra la pulsera que se encuentra en mi muñeca izquierda? ¿La carrera de este día o de todos los días?
La masa sigue moviéndose en todas direcciones, pero también comienza a seguirme. Entonces acelero. Y ella acelera conmigo. Disminuyo la velocidad ante un peculiar dibujo rojo con forma humanoide. Me detengo. Parte de la masa lo hace junto conmigo. El resto sigue su curso. Impasible. Constante.
El dibujo rojo se vuelve blanco, continúo mi camino. La masa me sigue. Los cristales hacen que la masa se vaya haciendo cada vez más nítida. Ahora veo las pequeñas formas en ella. Puntos. Círculos. Puntos dentro de los círculos. ¡Rostros! Son rostros, cabezas, cuerpos. Colores, texturas, sabores, aromas.
Son personas. Miles de ellas. Todas y cada una conforman la masa. Un sinfín de historias. Siento la angustia. La vastedad de la escena me llena, me abruma. Me siento pequeño. Diviso, no sin cierta dificultad, flechas verticales que acompañan a cada uno de estos individuos. Apuntan desde el cielo a sus cabezas. Indican nombres. He aquí un refuerzo de mi angustia. Se hace más profunda. Empiezo a pensar en las historias que habrá detrás de cada una de estas personas y me siento pequeño. Un mero punto apartado pero cercano a este mar de rostros y vivencias. 
Una mujer capta mi atención al tiempo que enciendo un cigarrillo mentolado que saco de mi caparazón de tela y cierres. Toda de rojo, camina enérgica trepada a unos zancos en miniatura. La veo de espalda. Su cabello es largo y la ropa ajustada, lleva cartera y no se detiene más que ante el siguiente dibujo rojo. Calculo su edad en unos veintitantos. Su flecha dice "Susana". Se da vuelta y veo su cara. Me sorprende ver el paso del tiempo que indican los surcos en su rostro. Vuelve a girar su cabeza para reanudar su marcha, igual de enérgica, igual de concentrada. Se vuelve común. Pierde mi atención.
Un tronco me grita. Su copa es rubia y enrulada. Me habla de monedas. De billetes. No capta mi atención más que por su risa, sonora, ante algo que dice el tronco a su lado.
Me deslizo entre los integrantes de la masa. Por debajo de un andamio. Las vidrieras desfilan a mis izquierda y derecha. Personas con bolsas, carteras, hablando por teléfono. Personas vestidas de azul, negro y aguamarina. Personas con auriculares. Personas con anteojos. Con problemas. Miles de problemas. Cada uno tiene una historia. Cada uno es una historia. Cada uno es parte de la Historia. Cumplen un destino prefijado en el anonimato. Se resignan. Se afligen. Pero siguen conformando la masa. Hay quienes se atreven a romper la membrana que la cubre y se vuelven atemporales. Pero la masa sigue ahí. Impasible. Constante. Aguarda. Aguarda la llegada de un nuevo integrante.
Llegando a la esquina de la meta, habiendo acabado el cigarrillo y presa de una curiosidad repentina y poderosa, me agarro a mi caparazón y miro al cielo. mi flecha está vacía.

¿Me convertí en parte de la masa...

... o fui parte de ella desde el principio?



Lalala ♪♫